domingo, 22 de junio de 2014

Salvamento N° 3 (Balada de la Cárcel de Reading, Bernardo Arias Trujillo y Aquilino Villegas).

Han sido múltiples las traducciones (y más aún las traiciones), al poema The Ballad of Reading Gaol del gran poeta, escritor y dramaturgo dublinés Oscar Wilde. Dice uno de sus traductores, Enrique Uribe White, en la selección de ensayos de la Tamesis Books Limited, titulado Letters & Spirit in Hispanic Writers, Renaissance to Civil War, que antes de su versión (1952), encontró ocho traducciones diferentes, entre las que se encontraba una traducción en prosa realizada por Darío Herrera, otra de Ricardo Baeza, otra por Mariano Vedia, otra de Julio Gómez de la Serna, también en prosa, otra de Carreño Hacker, otra de Guillermo de Greiff, una del payanés Guillermo Valencia realizada en 1932 y otra hecha por el manizaleño Bernardo Arias Trujillo en 1936. Son de mi interés las últimas dos traducciones, ya que produjeron en la comunidad intelectual de la época una rencilla, aún sin aclarar, después de las declaraciones de Arias Trujillo en su Prólogo a la Balada de la cárcel de Reading, donde cazó pelea con la versión del poeta Valencia.

En la presente entrega de Salvamento, replico fragmentos del prólogo y del estudio preliminar que realizó el Liberal Arias Trujillo en su traducción al poema, publicado por la Casa Editorial y Talleres Gráficos Arturo Zapata (2da edición, 20 de septiembre de 1936) -traducción que aún goza de renombre-, y la defensa (Obras Completas, Imprenta Departamental de Caldas, 1991) de la versión de Valencia emprendida por otro brillante manizaleño: el Conservador Aquilino Villegas, autor de La Balada de la mala reputación, destacado abogado, escritor, poeta y cronista, tal y como lo fue entonces el mismo Bernardo, autor del bellísimo poema intitulado Roby Nelson.

Es mi pretensión en la presente algo que aun no distiendo por completo: Pretendo, en primer lugar, dar a conocer el enfrentamiento entre las traducciones de dos letrados caldenses. Segundo, rescatar el talante y el talento de ambos, Aquilino y Arias Trujillo. Y tercero, rescatar el inmenso valor de las acotaciones dadas por Arias Trujillo para aquellos que practican el deporte (casi que de contacto) de traducir las obras al castellano o a cualquier otro idioma, y para aquellos otros que los sostenemos, en base a injurias o halagos. Ea pues, aquí, lo prometido:

BERNARDO ARIAS TRUJILLO:



Variaciones en torno a la balada de la cárcel de Reading

Escribió: Oscar Wilde. Tradujo: Arias Trujillo.

Un patíbulo en Reading.

Charles Thomas Wooldridge, nacido en el condado de Berk, era un mocetón bienerguido de la plebe inglesa. Soldado fue de la Guardia Real Montada y tennía treinta años cuando el Estado puso en su nuca la corbat trágica de cáñamo. Este hombre, enloquecido por los celos, degolló a su mujer, Laura Ellen Wooldridge, con exquicita premeditación de vijejo florentino, a las nueve de la noche del día domingo 29 de marzo de 1896, en Arthur Road, entre la estación de Great Western Railway de Windsor y el pueblito de Clewer. Mujer bella era, y resplandecían en su cuerpo mozo veintitrés años de júbilo.

Wooldridge fue sentenciado por el Juez Harwkins en la Audicencia de Berkshire el 17 de junio de tal año. El soldado hizo fe en todo momento de haberlo sido de veras  y de haber ceñido con donaire las presillas a sus hombros: nunca se mostró abatido ni inferior al momento trágico que le tocó sufrir. El reverendo M. T. Friend fortificó aún más su espíritu para el tremento trance.

Esa mañana, la campanilla de la prisión anunció, a las siete más o menos, que pronto caería un hombre a la tumba, por voluntad del Estado  inexorable. A las ocho en punto –todos estos detalles los dio el “Reading Mercure” del 10 de julio de 1896- el fúnebre cortejo salió de la celda del convicto hacia el fatídico tablado. Billington, el verdugo, ató sus pies, ajustó el capuchón para cubrirle el rostro y descorrió el pasador que habría de tronchar su existencia. Charles Thomas se fugó de la vida sin estrépito, sin exhalar un grito. Poco después de las ocho, fue izada en el más alto torreón del presidio la bandera negra que anuncia a los hombres que por voluntad de la ley un alma ha partido hacia las desconocidas lejanías. Su nombre humilde de criminal plebeyo estaba predestinado al olvido como tantos otros que en el mismo sitio rindieron sin gloria la jornada suprema. Pero en la misma cárcel estaba Oscar Wilde qien lo inmortalizó en su balada. El nombre de Wooldridge, destinado al anónimo eterno, quedó adherido al poema wildeano y ya no es posible separarlo. Juntos habrán de sobrevivir cuanto la balada dure, que será eternamente. De este modo, por una coincidencia sin importancia, el nombre de un criminal cualquiera pasó su siglo y traspasará los que sobrevengan, por gracia del poema carcelario.

El piadoso silencio

La vida atormentada de Wilde es demasiado conocida, y las causas porque hubo de ir a prisión uno de los poetas más geniales del “estúpido siglo XIX” no son para recordarse ahora. Hay episodios en la vida de este hombre de dolores que más vale envolverlos en un compasivo sudario de silencio. Quedan pues, sin decirse, los motivos que llevaron a Oscar Wilde a un presidio pávido. Sean para él, de nuevo, estas palabras de Frank Harris al empezar la biografía del galeote de Reading: “La crucifixión del culpable es aún más pavorosa que la crucifixión del inocente: pues qué sabemos los hombres de inocencia?”

Microhistoria de la balada

Oscar Wilde estaba preso cuando se verificó la ignominiosa ejecución del joven asesino. Es natural que tan sórdido suceso le hubiera impresionado hondamente y dejando profundas huellas que no palidecieron ya en el resto de su vida (1). Sin embargo, el delito oficial causó en su espíritu tales traumatismos, que nunca tuvo alientos para escribir la balada que tal acto le sugirió desde el primer momento. Sólo hasta el estío de 1897, un año después del sacrificio del gallardo muchacho, ya libre de prisión, intentó la primera parte del poema.

Wilde empezó la Balada en el chalet de Bourheout de Berneval-Sur-Mer, próximo a Dieppe, sitio de reposo que sus amigos le procuraron para trasladarse a él inmediatamente que saliese de la cárcel.

Fue lente la elaboración y dolorosa, según se deduce de correspondencia de esa época con su fraternal amigo Robert Ross. Wilde, que nunca fue un gran trabajador, a fuer de hedonista incorregible, ya no era aquel ágil escritor cuya pluma fluía vertientes de belleza a primeros golpes de su imaginación millonaria. Ahora estaba vencido, humillado, y sufría con frecuencia fuertes depresiones morales que lo abajaban hasta una estéril indolencia musulmana. Por fin, después de lenta concepción, la balada fue terminada un día.

Una vez escrita, convaleciente aún de la vida penal y de la dispendiosa producción lírica, viene la segunda parte de la tragedia. No había puertas abiertas para el que las tuvo siempre ofrecidas en las horas del éxito. No había puertas francas para el primer lírico de Inglaterra y los diarios se negaban a publicar uno de los poemas predestinado s a sobrevivir tanto o algo más que la lengua inglesa. Hasta enlos portones de los periódicos e los Estados Unidos tocó Wilde con los nudos de sus dedos para ofrecer la obra. Nadie mostró interés por la Balada. Quizás un periodista yanqui ofreció cien dólares. ¡Cien dólares por la Balada de la Cárcel de Reading! Desde el principio del mundo el Oro –“estiércol del Demonio”- sólo ha servido para humillar a los artistas. ¡En treinta denarios fue avalauado Jesucristo por unos banqueros antioqueños de Jerusalén! Si en tan mísera suma avaluaron a Cristo que era un Dios, qué esperarse podría para el poema de un hombre que acababa de quitar de su dolido cuerpo el traje color estaño del convicto, un hombre “contra quien se pecó más que él pecara” como lo dice el propio Harris respecto de Wilde, prestándole dichas palabras al genial Shakespeare?
Anduvo el pobre tan a ciegas, tocaba tan inútilmente en cada puerta, que al fin dio con Leonard Smithers, un editor hebreo de mínima jerarquía, prontuariado además en las oficinas policíacas de Londres como editor clandestino de obras obscenas. De esta manera, el hombre cuya prosa fue disputada por los más famosos editores y periodistas de Inglaterra y pagada sin tasa con cifras fabulosas por os diarios y revistas, ahora, después de Reading, caía en las garras sórdidas de un editorzuelo pornográfico.

(…)

La Balada en español

Tragedia de las traducciones

Tuvo Argentina el privilegio de ser el país en donde se publicó por vez primera, vertido al español, el poema inmarcesible de Wilde. En el “Mercurio de América” de Buenos Aires, en diciembre de 1898, un año después de escrito, Darío Herrera lo dio a conocer a los lectores de habla castellana.

Traducción mediocre esa, desganada, que probaba ser obra alta en demasía para la rudimentaria sensibilidad estética del traductor. Es indudable que, a objeto de tener buen logro en la interpretación de un poeta, son necesarias por lo menos algunas afinidades espirituales entre traductor y traducido para ser posible la consecución de un máximo de zumo artístico y de fidelidad en las versiones. En la traducción de Herrera se advierte un profundo desentendimiento entre el Wilde  romántico de la Balada y el traductor desventurado que intentó verla desde las orillas del Río de la Plata.

(…)

Traducción de Guillermo Valencia

Hacia 1929 publicó Guillermo Valencia la Balada de Wilde en verso, primer intento que de labor tan tremenda se ensayó en el idioma. Por desgracia, este trabajo no correspondió ni a la obra del inglés genial ni mucho menos a la reputación literaria del señor de Belalcázar. Traducción la he llamado para darle algún nombre y por sostener na benevolencia sin linderos a su favor, pues no es tan siquiera una paráfrasis. Si dijera que apenas la Balada le sirvió escasamente de tema para unas variaciones versísticas que contienen tan sólo un enorme esfuerzo verbal de consonancias difíciles, todavía no habría dicho la verdad completa y habría pecado de bondadoso.

Las estrofas de Wilde, en la versión valenciana, salen malheridas y deterioradas; tergivérsanse sus pensamientos y sus intenciones poéticas, hácensele decir cosas que no llegó a pensar el autor y giros hay de tan dudoso gusto uy versos tan prosaicos y rimas tan pobretonas y escasas, que más le valiera a don Guilermo Valencia haber desistido honorablemente de intentar la interpretación del poema wildeano.

Dicen que las comparaciones son odiosas. No obstante, no resisto a la tentación de hacer un paralelo entre algunas de las versiones que se han hecho de la Balada de la Cárcel de Reading.
Escribe, por ejemplo, Guillermo Valencia, en la estrofa III del canto V:

“Sé también -¡qué cuerdos si todos
lograran saberlo conmigo!-
que esas cuevas de raros apodos
que abren los hombres al castigo,
se han hecho presando los lodos
de la infamia; y para su abrigo
las ha cubierto de cerrojos
porque Cristo no sea testigo
de tal sevicia, con sus ojos.”

Traduce en esbelta prosa castellana don Ricardo Baeza:

“Y también sé, -y ojalá lo supiesen todos!- que toda cárcel que construyeron los hombres, construída (sic) está con ladrillos de ignominia y cegada por barrotes, por temor de que Cristo vea cómo los hombres mutilan a sus hermanos.”

Vierte el autor de éste ensayo:

“Y demasiado sé también yo esto:
-¡ay, ojalá que lo supiesen todos!-
que cada cárcel que construye el hombre
hecha está con ladrillos de vergüenza
y cegada con duros enrejados.
para que el mismo Cristo ver no pueda
cómo el hombre mutila a sus hermanos.”

Que el desprevenido lector juzgue si he sido desacertado al calificar en forma áspera el intento, el amago, el conato de traducción de don Guillermo Valencia.

Otro de los reparos que es preciso hacer al payanés, es su pésimo gusto al escoger el eneasílabo para su “versión”. Sabido es que el eneasílabo tiene un ritmo desagradable al oído castellano y que por tanto ha caído en desuetud y está casi olvidado hoy, aunque la verdad entera es que ese verso no tuvo jamás adeptos ni cultivadores, ni fue nunca del agrado de los poetas antiguos que no le dieron auge en época alguna. El antipático eneasílabo apreció usado por primera vez en “La vida de Santa María Egipciana”, poema antiquísimo de la lengua. Valencia, en la mayoría de sus versos, ni siquiera se cuidó de acentuar la segunda sílaba, única manera de darle a ese metro un ritmo menos hostil a la armonía castellana.

Yo no tengo noticia de que en verso eneasílabo haya resultado exitosa alguna empresa literaria. En tal metro apenas podrían tolerarse versos con una acentuación bien marcada en la cuarta sílaba y lo mismo los que la llevan en la segunda y quinta. Estos últimos, aunque armoniosos un tanto, hácense aburridores y pesados en poemas de alguna extensión.
El único ensayo en eneasílabo que verdaderamente vale en la lengua castellana, es el conocido poema de Rubén Darío “Canción de Otoño en Primavera”: “Juventud, divino tesoro…” cuanto se ha escrito en este metro antañoso, pusilánime, encogido y cacofónico que don Guillermo Valencia, en un arranque incalificable de extravagancia, escogió para verter la “Balada de la Cárcel de Reading.”

En síntesis, y sin que esto sea agravio sino justicia, merece más la horca don Guillermo Valencia por haber adulterado tan criminalmente la Balada de Wilde, que el propio soldado Charles T. Wooldridge, ajusticiado en Reading. A veces, matar a la amante, es delito menos grave que calumniar a un poeta, mutilar sus versos, o asesinar un poema, como en el presente caso.

La zurda y absurda, burda y palurda traducción de Valencia ha pasado a peor vida, a esa cisterna inconmensurable que es el silencio total del olvido. Hoy nadie la recuerda ya, para desagravio de los dioses y para el buen nombre de Oscar Wilde. Paz en su tumba.

La presente traducción

Horacio Quiroga, uno de los ilustres de la Argentina, escribió, va ya para algún tiempo, una página acerba y extremista contra los traductores (2). Tanto se desmedía en sus juicios, que casi llega al vértice agudo de optar por la tesis de que nada debe traducirse. Con esta doctrina, estarían cerrados para nuestros ojos y para los de la mayoría, los grandes libros de los ingenios.

Sin embargo, afirmaciones como ésta y como su contraria, son viejas y puede decirse que surgieron de la primera discusión habida en la Torre de Babel. Los hombres se aquerencian tánto (sic) con sus idiomas nativos, que no es raro verlos entreverados en agrias polémicas sobre la superioridad del habla de cada cual. El nacionalismo agresivo y el natural egoísta de los hombres llevan siempre a tales excesos.

Ni Quiroga, ni los manguianchos traductores a tanto el metro, se llevan la razón en este problema. La tesis de que las versiones deben ser al pie de la letra y la que se toma desmedidas libertades en su manufactura, son ambas igualmente erradas y absurdas y para contrarrestarlas se debe optar por un sistema mixto, por un procedimiento más elástico y ecléctico, es decir, más humano, cual es el de no caer en ninguno de los dos extremos.
Traducir es uno de los oficios más tremendo para el hombre de letras. Cervantes ha tenido palabras exigentes e imágenes gráficas para encarecerlo y ponderarlo. Por el momento, baste decir que verter literalmente, palabra por palabra, de un idioma a otro, es cosa más que imposible. Imposible en el sentido justo y técnico que esta palabra tiene en el diccionario, imposible por la naturaleza de las lenguas, por sus arquitecturas, por las armazones que las sostienen, por la diferentes prosodias de cada una, y en fin, por el inmenso abismo que hay entre ellas, por más que sean parientes próximos, como los idiomas de origen latino. El español es hermano del portugués, éstos primos hermanos del italiano y consanguíneos del francés y todos descendientes de la común cepa latina. Y sin embargo, una versión literalmente fiel de uno a otro de tales idiomas, es labor que no está al alcance de los hombres y mucho menos bajo su dominio.

Hay una tendencia moderna, con respecto a las versiones, que consiste en exigir a los traductores que se ajusten lo más posible al verso que intentan verter, puntualizando las palabras, escogiendo las más afines, trasladando la forma en cuanto se pueda u tratando de interpretar, de volcar totalmente y sin adulteración, más que la forma, el sentido, la esencia, el  espíritu, el fondo, el pensamiento vital del poema originario. Si sobran o faltan palabras, no importa; lo definitivo, lo principalísimo, es encauzar hacia el otro dilema todo el caudal, todas las vertientes, la cantidad más completa de materia humana del original.

Se ha dicho que traducir es como pasar un vino egregio de un vaso a otro, procurando con buen pulso, que no caiga una sola gota. Naturalmente, esta faena, aunque no se quiera, acarrea pérdida máxima o mínima del contenido, según la experiencia del que lo hace. Por más cuidado del que se tenga, siempre el traslado de un líquido de una copa a otra trae pérdida de esencia y de licor aunque no sea sino por la humedad que queda en el cáliz que lo contenía. Por este motivo, toda traducción es siempre una merma grande o pequeña, según la maestría del oficiante, del poema original. Así pues, el ideal sería la existencia de un idioma católico, es decir, universal, para gozar  de la fortuna de conocer todos los secretos y estrías del pensamiento humano al expresarse en forma totalitaria. Pero como esto no es posible, no tenemos sino que conformarnos con saborear el vino que los traductores honestos nos sirvan, no importa que sea en vasos de arcilla, con tal de que no contengan mezcla ni sea vaciado con fraude. ¿Qué importa que de barro sea el recipiente si lo que contiene es esencia, perfume entero, sabroso gusto, exquisita toma?

Ahora vamos con nuestra Balada. Si obra circundada de dificultades es traducir, más lo es ésta que yo, en horas de vagares melancólicos, me he impuesto.

El parentesco entre el inglés y el español es muy remoto; es casi inexistente, y sus conexiones demasiado imperfectas y laxas. Por tal motivo, una versión de veras de aquél a éste, es punto menos que imposible, es labor de dificultades sumas, casi desesperantes. Y si a más de estas circunstancias se trata de una obra de tantos matices como la “Balada de la Cárcel de Reading”, en verdad que es para retroceder al primer impulso de intentarlo. A propósito de este poema, Ricardo Baeza dice que “nadie puede darse cuenta absolutamente del verso original, porque ninguna traducción sería capaz de transubstanciarlo íntegramente.”

Identidad intelectual entre el traductor y el traducido.

En párrafos anteriores he dicho que son necesarias ciertas afinidades espirituales entre traductor y traducido para que la obra de éste, al ser volcada a otro idioma, dé su máximo rendimiento. Esto no sólo es cierto como propia observación, sino que también es tesis respaldada por ensayistas del calibre mental de Leonidas Batalov. Este singular hombre de letras escribía hace poco en “Le journal de Moscú”: “Goethe hacía notar que hay dos géneros de traducciones: una exige que el traductor extranjero sea traspuesto a nuestro idioma con tal perfección que pueda ser considerado como uno de los nuestros; el otro, se propone presentarnos al escritor extranjero para familiarizarnos con su vida, su manera de expresarse y sus particularidades. De ambos métodos, es preferible el segundo, pero la traducción ha de hacerse en tal forma que el lector, gracias al fondo de la obra, tenga presente su origen extranjero, sin experimentar esa sensación, debido al estilo. En una palabra, el lector no debe notar que es una traducción, sino que la obra ha sido escrita en su propio idioma de modo perfectamente literario. Una traducción exacta y adecuada tiene triple valor: la del texto, que permite ensanchar el dominio de los acontecimientos; como valor artístico propiamente dicho, y también como medio de enriquecer el idioma y la literatura.

Los traductores tienen la tendencia de sustituír las particularidades del estilo del autor, palabra por palabra, lo cual conduce siempre a la deformación del original. Losinki hace notar que el arte del traductor se revela en su maestría: la traducción es tanto más valiosa cuanto más objetiva.

El problema de la traducción literaria no requiere solamente el conocimiento perfecto del idioma: aquel de que se traduce y aquel al cual se traduce. El traductor no copia una obra: es un maestro del arte literario, un poeta, un escritor, un investigador y un sabio a la vez. Para efectuar una traducción verdaderamente literaria, hay que conocer la obra, el estilo, la vida, su época, sus ideas filosóficas y estéticas y el papel que su obra ha desempeñado en la época que le es contemporánea”

Sin alardes estridentes, y haciendo uso de un sistema conciliador, creo haber verificado la versión española de la “Balada de la Cárcel de Reading”, dentro de estos cánones.


(1)  Dice André Gidé, retomando las palabras de Wilde en uno de sus encuentros: “Mi vida anterior a la prisión fue lo más lograda posible. Ahora es una cosa acabada”.

(2)  Una posición similar a la de Quiroga, es ampliamente desarrollada por Henry David Thoreau en su ensayo titulado La lectura.

AQUILINO VILLEGAS



Guillermo Valencia, Bernardo Arias Trujillo y La Balada de la Cárcel de Reading.

            Su casa de Playarrica, 1º. De Octubre de 1936.
            Señor don Ricardo Arango Franco. Manizales.

            Mi querido Poeta:

   La semana pasada me preguntó usted por qué no había salido a la defensa del maestro Guillermo Valencia, ofendido gravemente por el doctor Arias Trujillo en el prólogo de su nueva traducción de la “Balada de la Cárcel de Reading” de Oscar Wilde. Entonces le contesté que no conocía el libro, porque los poetas de provincia, como usted y como yo, no podemos ambicionar las ediciones caras y de lujo. Eso tenemos que dejarlo a los burgueses adinerados. Pero la verdad es que de estas obras llamadas a marcar una especie de esquina o nuevo punto de partida en nuestra literatura, debieran hacerse ediciones baratas, siquiera de cincuenta centavos, para que estuvieran al alcance de los proletarios y de los poetas de provincia sin grandes recursos. Entonces usted caritativa e infructuosamente trató de mostrarme el ejemplar de nuestro común amigo Emilio Arias Mejía. Pero no nos fue posible hacer esta lectura de contrabando. Y ahora viene su bondadosa carta del martes pasado, acompañada de una copia mecanográfica de las primeras seis estrofas de la nueva traducción. Y quiero referirme al fondo de su carta para rogarle que acometa usted la defensa de Valencia. Yo no creo que la necesite. Tal vez la que necesita defensa es nuestra ciudad que goza  de alguna fama como foco literario, y no nos conviene que las gentes crean que tenemos todos en tan mal concepto a nuestro payanés. Me dice en su carta lo siguiente: Que el nuevo traductor señor Arias Trujillo critica a Valencia duramente por haber traducido la Balada en versos eneasílabos, ritmo desagradable al oído, que nunca fue cultivado con agrado y que apareció usado por primera vez en la vida de Santa María Egipciaca; que en él no ha tenido éxito ninguna empresa literaria, salvo la “Canción de Otoño” de Darío; y que por todo eso merece la horca don Guillermo Valencia, a esa cisterna inconmensurable que es el silencio del total Olvido. Hoy nadie la recuerda ya, para desagravio de los dioses y para el buen nombre de Oscar Wilde. Paz a su tumba” (sic). Así dice el nuevo traductor y me cuenta usted que compara la suya con la de Valencia para mostrar la inferioridad del bardo payanés. Y agrega que tradujo la Balada en versos endecasílabos; metro noble y que es el mismo usado por Wilde en su poema. Creo haber resumido lo que usted me dice en su carta, que la tengo muy agradecida.

Sobre esos datos, yo sólo tendría que observarle esto: no es posible tratar con demasiada confianza a Valencia como traductor. Yo no tengo autoridad ninguna, pero si usted quiere mi opinión se la diré clara: Valencia es el mayor o está entre los mayores traductores de obras extranjeras que haya en lengua española y tal vez en lenguas conocidas, sin exceptuar al padre Isla que mejoró Le Sage cuando tradujo “El Gil Blas de Santillana”. Todavía más: algunas composiciones extranjeras las mejoró en tercio y en quinto. Así, de memoria le citaré algunas que me son familiares, porque se trata de lenguas que conozco a fondo. Es superior la “Pánfila” de Valencia que el original de D’Annunzio; la supera en energía, en pasión, en empuje. Parece una herejía, pero cuando usted quiera la comparamos y comentamos. Y es superior la “Brisa Marina”, aquella que comienza “La carne es la tristeza…” que el original de Stephane Mallarmé. Nunca fui fuerte en el alemán, pero recuerdo que en mi juventud Sanín e Hinestrosa Daza, que lo estudiaban, comparando la cancioncilla de George Stefan, “Las Guacamayas”, declaraban superior la del traductor, justamente en eneasílabas, que le daban ese dejo criollo exquisito:

Mis guacamayas blancas tienen
penachos color de azafrán,
y entre su jaula cabecean
en tenues aros de metal…
La primera versión decía
Y tras la reja donde viven
trincan en aros de metal…

Qué importa la exactitud de la traducción si se traducen bien el espíritu y la emoción? (sic) Lea usted la Balada de la Vida Exterior de Hugo von Hofmaustal, aquella que comienza:
“Y crecen los niños con ojos profundos que no saben nada”

Y dígame si no parece una obra original, perfecta, completa, escrita en castellano, en forma impecable? (sic) El original puede igualarle pero jamás superarle. No es posible engañarse. Guillermo Valencia es el traductor en lengua castellana de poesías modernas extranjeras más perfecto que pueda darse. Y para convencerse de ello basta leer un libraco que anda por ahí en esas librerías y que se llama, si no recuerdo mal: “Las cien mejores poesías extranjeras”, o una traducción de Verlaine muy conocida. Son perfectos traidores al lado de este poeta excelso, nuestro payanés, que hace honor a cualquier poeta extranjero y en ocasiones le supera, perfecciona y ascendra. Relea usted las traducciones de “La Agonía” de Verlaine, el “Retrato” de Baudelaire, “Mujeres” de D’Annunzio y tantas otras. No es posible hablar con demasiada confianza del más perfecto traductor en lengua española de cuantos viven hoy.
Y veamos la traducción de la Balada, la traducción incriminada. Tengo un ejemplar un poco sucio por el uso con algunas palabras manuscritas de Valencia. Se llama “Balada de la Cárcel de Reading por C. C. 3”. Este era el número que Wilde tenía en la prisión y está dedicado a Wooldridge, el criminal ajusticiado cuya historia se cuenta en el poema. y (sic) comienza en versos efectivamente eneasílabos, en versos de nueve sílabas. Yo, realmente no ceo como el nuevo traductor, que el verso de nueve sílabas sea un mal verso para traducir esta clase de poemas. Al contrario, es un verso antiquísimo en castellano, castizo hasta la médula, con una larga historia y que se presta a la más doliente de las músicas por el desgonce de sus acentos de una incomparable riqueza, que lo cortan en dos pies de cuatro y cinco sílabas unas veces, de cinco y cuatro sílabas en otras, y de tres y tres sílabas. Esta polifonía del verso de nueve dentro  de su desgaire doliente le da una música interior increíble, a tal extremo que cuando Darío escribió la “Canción de Oroño” hubo gentes que lo tomaron  a mal como una novedad insoportable. Y el verso de nueve es de los más antiguos de la lengua, ennoblecido y acendrado, como los vinos viejos, nacidos en la entraña misma del idioma. Justamente en ese ritmo escribió Valencia una de sus más nobles, hondas y sentidas composiciones, aquella que comienza:

Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más;
Fugaz momento, palpitante
de una amorosa intensidad…

Pocas obras en castellano la superan en honda sugestión. No: no es esta expresión retórica la apropiada: Inefable! (sic) Sí: esa es la palabra: es inefable la sensación crepuscular de aquellas estrofas que cualquier artista castellano puede envidiar. Y es preciso declararlo, porque usted lo sabe mejor que yo, que un poeta que se presentara solamente con un bagaje literario compuesto de esas dos composiciones en eneasílabos, la “Canción de Otoño” y “hay un instante…” tendría ganada irremediablemente la inmortalidad. Y recuerde aquella dolorosa pregunta de Silva: “Estrellas que de lo sombrío…”.

Respetando la opinión del nuevo traductor de Wilde, quizás no se pueda decir lo mismo del verso endecasílabo, noble, severo, masculino, ligeramente invertebrado y entre otras cosas, de origen extranjero… Naturalmente este puede ser, como comumente (sic) se dice, una cuestión de gustos, y entre gustos no debe haber disputas. Eso es cierto. Me atrevería si a decirle a usted, mi querido Ricardo, a usted que es un grande poeta, que para la obra de personaje feminizante y ambiguo como era Wilde humillado y vencido y entregado como lo estuvo en el juicio, aplastado como quedó después de su condena, en los tiempos en que escribió la Balada, teniendo en cuenta el ángulo en que él miraba el acontecimiento y la prisión, es más apropiado el verso ágil y suave y dócil y doliente de nueve pies que el rígido de once escogido por el señor Arias Trujillo.

***

Es este momento, para continuar mi carta, vuelvo a leer la Balada en un pequeño cuaderno de posías de Wilde que compré en Nueva York, hace 20 años, en casa de Brentano, y con grandísima sorpresa mía veo que el original inglés no tiene, como dice el nuevo traductor, once y ocho sílabas alternadamente, once y ocho sílabas? (sic) No, mi querido Ricardo. O usted se equivocó al transcribirme las opiniones de Arias Trujillo o fue él el que leyó mal el inglés. La Balada está escrita en estrofas de seis versos, alternados de nueve y siete sílabas, entendiéndose por sílaba “la reunión de una o más letras que se pronuncian en un solo golpe de voz”, como dicen Caro y Cuervo en su gramática latina. Tome usted cualquier estrofa de la Balada y divídala en sílabas, en emisiones de la voz inglesa y verá usted que no suman sino nueve y siete sílabas. Examinaremos la primera, dividiéndola:

He/did/not/we/ar/his/scar/let/coat
For/Blood/and/wi/nea/re/red
And/blood/and/wi/ne/we/reon/his/hands
When/they/found/him/with/the/dead.
The/poor/dead/wo/man/who/he/lo/ved
And/mur/de/red/in/her/bed.

Tal es, más o menos la división silábica de esta primera estrofa, y s de todas las demás de la Balada. Yo soy mal pronunciador de inglés pero hace más de treinta años que estoy leyendo versos ingleses y tengo alguna costumbre de su fonética un tanto arrastrada. Imagino que a usted le pasará lo propio: pero si llama a cualquier inglés o a un profesor, como a un Sr. Velázquez que daba unas muy interesantes versiones por la radio Manizales ahora meses, a quien no conozco, pero que tenía la noción de aquel idioma, llámelo y fígale que le reduzca a sílabas ese verso y le dirá lo mismo. Usted notará que en el segundo verso la “E” final muda de la palabra “wine” hace hiato y se confunde con la “a” siguiente del verso “are”, y en el verso siguiente, el tercero, la misma letra muda “a” forma una sola sílaba. La razón consiste en que la w siguiente es una consonante; no sirve para hacer hiato; y en cambio, tiene el mismo valor, es apenas semimuda como en francés, en donde la “e” muda se cuenta en verso, y las grandes artistas del teatro “casi la pronuncian” y representa en todo caso una hesitación de la voz; y en el canto francés representa un tiempo; casi un remedio de E. Lo que no deja duda es que ni usted ni yo, ni prosadista inglés alguno sería capaz de sacar ocho y once sílabas alternadas en esta estrofa y en las otras de la Balada. Podría alegarse que, lo mismo que en castellano, el verso terminado en una palabra aguda suma una sílaba más, o mejor dicho, que la última sílaba de las palabras agudas finales se cuenta por dos sílabas, a pesar de la índole monosilábica del inglés. Pero aún con este argumento improcedente tendríamos a lo sumo diez sílabas en los versos impares, pero nunca las once sílabas que contó el nuevo traductor. No hay tales once sílabas; y el error es tan grave que me incliné a pensar en un error suyo, Ricardo, al transcribirme las opiniones del prólogo de Arias Trujillo. Pero ahí está la traducción en endecasílabos dizque porque los versos ingleses impares están en endecasílabos.

Y no hay tal. Tiene nueve y siete sílabas y las tienen aún aquellas que por su conformación parecen acercarse al tipo de verso grave castellano como este:

Yet/each/man/kills/the/thing/he/lo/ves

El hombre mata la cosa que ama. O como dice Valencia en su traducción de esta estrofa:

Todos matamos lo que amamos;
que cada uno sepa eso::
unos hieren con la mirada
o una dobles almibarada;
mata el cobarde con un beso,
el valiente con una espada.

No siente usted Ricardo, usted que es un poeta y que tiene lo primero y lo esencial, el sentido musical de las palabras, no siente que en esta prodigiosa traducción, el verso castellano de Valencia tiene el mismo doliente ritmo del verso inglés? (sic) Le copio los versos endecasílabos de la misma estrofa:

Yet cach man kills thig (sic) he loves
Some do  it waith a bitter look
The cowards does it with a kis (sic)
Mata el cobarde con un beso,
el valiente con una espada.

Solamente en este momento noto, como lo notará usted, la probabilidad de Valencia al traducir a Wilde dándole en nuestra lengua la misma musicalidad doliente del original, en una forma prosódica antiquísima y castiza de nuestra lengua. Yo lamento no saber cómo tradujo Arias Trujillo esta estrofa, pero seguramente en cuanto a la musicalidad tuvo que hacer milagros con el endecasílabo para darle esta elegancia de Valencia y superarla.

Yo, como usted sabe mi querido Ricardo, soy muy manizaleño y guardo una profunda predilección por todo lo nuestro. Pero temo que en esta vez el cetro de la poesía no va a pasar de Popayán a nuestras caras faldas del Ruiz. Las seis estrofas que usted me copia no me dicen nada bueno. Usted sabe que en la Balada original consuenan los versos pared de cada estrofa; en la traducción, en la primera estrofa, los versos pares consuenan el cuarto y el sexto: el segundo es apenas asonante; en la sefunda consuenan el cuarto y el sexto: y en la tercera las consonantes desaparecen y hay tres asonantes seguidos en los versos 4º., 5º. y 6º.  en la cuarta consuenan el 3º. con el 6º.; en la quinta y sexta estrofas abandona toda asonancia y consonancia. Usted sabe, mi querido Ricardo, qué pobreza de recursos melódicos significan estas asonancias o consonancias mendicantes.

En cuanto a los versos en sí, no sé qué decirle. Si había tla afán de traducir exactamente, mejor habría sido la Balada en prosa. Hay algunos mal medidos y peor acentuados. El segundo de la segunda estrofa que dice:

Con su traje color gris viejo y raído.

Si lo lee usted acentuando la “i” ra (i) do, le quedan doce sílabas; una más de las necesarias; y para que les resulten las once de la cuenta tiene que pronunciar “raído”, como una cierta canción que he oído por esos micrófonos y que dice algo sobre la “hoja caída”. El segundo verso de la cuarta estrofa no la hace pasar por endecasílabo nadie. Dice así:
En pena y en órbita distinta.

Esas tres vocales, a, i, e, seguidas, requieren un esfuerzo desdichado para que valgan por tres sílabas. Solamente contando en los dedos da once sílabas. En cambio, si tiene once sílabas, contadas en los dedos, pero no es un verso, no lo parece, el primero de la estrofa siguiente:
Oh Cristo querido! Los mismos muros…

Léalo usted Ricardo, por Dios, y dígame si esta cacofonía tiene algún lado por dónde convertirla en verso. Y luego abundan los copretéritos en ía escogidos para que suenen enuna sola sílaba “reteñián”, “pareciá”, “habiá”… Fuera de que esa traducción de “Oh Cristo querido!”, donde el original dice “Dear Christ” en inglés no quiere decir “Cristo querido”, no es la intención del que la dice, pero sí tiene sentido piadoso de la exclamasión castellana Jesús! O bien, Ave María! Esa traducción en esa forma es una traición. Pregúntaselo a cualquier inglés qu tenga la noción de las dos lenguas: a Velázquez, por ejemplo. Valencia hizo bien en poner esa estrofa maravillosa:

Oh! Jesús! De la cárcel al muro…

Y aquí toco a un punto mi querido Poeta, que no sé cómo manifestarle, aunque voy a ensayarlo. Cada lengua tiene índole y más en materia poética. La nuestra, castellana, exige un lenguaje selecto, más imaginativo, más fastuoso, más complejo, luminoso, meridional, mediterráneo. Y es natural. El inglés es un idioma sintético, poco imaginativo, de una sintaxis elemental y de musicalidad espesa. Note usted este hecho singular. Inglaterra no tiene grandes músicos, y aquel de que se envanece u era cudadano inglés, el gran Haéndel, el autor del famoso “Largo” tan conocido, nació en Hannover, en Alemania. El valor de la poética inglesa va por otros caminos, y una traducción literal del inglés, aún de poemas magníficos, a veces resulta pedestre. La tarea del traductor no puede ser armar en líneas medidas las palabras el original, como se ponen  ladrillos unos sobre otros para levantar un muro, sino que es preciso tomar todos los elementos posibles del original, palabras, imágenes, estrofas, ritmo hasta donde la índole de la lengua lo permite y crear en la nueva obra la misma emoción de belleza que tuvo en el original.

Y esto es lo que tiene la traducción de Valencia de “La Balada de la Cárcel de Reading”, volviendo a ella, pues yo no puedo juzgar la nueva solamente por seis estrofas, ni ello tiene para mi importancia alguna. Me pasa como en las cuatro o cinco traducciones del conocido verso de Stchetti, aquel que canta:

Cuando cadran le flogie a tu verrai.

Pueden todas ser obras maestras, pero yo siempre preferiré “Cuando caigan las hojas y tú vengas”. Lo que sí es seguro es que la traducción de Valencia no se podrá olvidar jamás en español. Esa especie de melopea, esa especie de lamento melódico; aquella horrenda visión de la cárcel y del ajusticiado porque “mató lo que más amaba” que en poema inglés de Wilde va sembrando la angustia en el corazón del lector hasta despedazarlo, y ennegrecer el horizonte, está copiado con una exactitud, con un dolor tan penetrante, tan intenso, tan constante, como no es posible encomiarlo. Gaste usted una hora meditativa leyendo el original inglés, déjese ganar por la angustiosa monotonía o monofonía de sus versos alternados y quebrados, y luego húndase en la traducción valenciana y verá restaurada la misma dolorosa y obsesionante angustia. Aún los más aterradores sarcasmos están traducidos con una sencillez gloriosa tal, que a veces se tiene la sensación de que superaron al original. Estaré diciendo una herejía? (sic) Compare usted estas dos estrofas, recordando que se trata de un ahorcado:

It is sweet to dance to violins
When love and life are tair:
To dance to flutes, to dance to lutes
Is delicate and rare:
But it is not sweet with nimble fee
To dance upon the air!

Nunca yo viera un hombre así
Mirar con tal tesón de anhelo
Aquel toldillo azul turquí
Que los cautivos llaman cielo,
Y las nubes que el viento arrebata
como naves con velas de plata…

Yo daría el original por la traducción; y yo le aseguro que el Wilde de verdad, el interno, el pobre hombre sensitivo, tembloroso, doliente, que cubrió siempre su personalidad de artista urgido y acongojado detrás de una máscara de paradojas brillantes, si hubiera leído la traducción de Valencia y comprendido su valor, habría tenido una crisis de lágrimas de dicha y un secreto rencor de celos. Porque él era así; generalmente los psicópatas de su clase son así.

No es posible equivocarse. Valencia sigue siendo el más nobel traductor en lengua castellana, entre los artistas hoy vivientes, que en poeta extranjero pueda ambicionar. Hay que decirlo para regocijo de nuestra patria. Dígalo usted, que le admira  y que le ama, a nuestro gran payanés, su adicto amigo.


Aquilino Villegas.

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